PROFESIONALES DE LA CALLE
Sin ningún tipo de dudas la necesidad aguza el ingenio, y prueba de
ello la tenemos en estos momentos en que mucha gente esta buscando un empleo
que no encuentra por ningún lado y como todo hijo de vecino tiene necesidad de
llenar la olla para comer mas o menos magramente todos los días.
Cada vez son más los “gorrillas”
que quieren aparcar nuestros coches, los que nos ofrecen pañuelos o limpieza de
cristales en el semáforo de turno, verdaderos o falsos tullidos, enfermos,
viudas, viudos, excluidos sociales. etc. etc.,
que en un cartel exponen sus miserias y demandas con el fin de ablandar nuestros
corazoncitos.
Corazoncitos que cada vez laten
mas desacompasadamente por nuestras propias dificultades, corazoncitos que, sin
dejar de tener su pulso compasivo y solidario desearían echar una mano a todo
el mundo pero que materialmente no pueden.
Pero siempre hay alguien que de
una manera especial nos hace llegar su petición de una manera inteligente, que
sabe intercambiar con nosotros alguna habilidad propia que sea capaz de
arrancarnos una sonrisa, sorprendernos o incluso hacer que olvidemos aunque sea
brevemente cualquier turbulencia que en esos momentos pase por nuestra cabeza.
Me refiero a la figura del
artista callejero, ese bohemio que tiene un peculiar punto de vista sobre cómo
quiere enfocar su vida, y como tal artista que merece que le llamemos y
consideremos, emplea su talento para llamar nuestra atención.
Muchos son los que pueden
tacharles de vagos, improductivos para la sociedad o simplemente esa expresión
tan común como “buscavidas”.
Pero, ¿Qué es lo que estamos
haciendo cotidianamente los ciudadanos “corrientes”?, pues eso, buscándonos la
vida lo mejor que podemos o sabemos, unos de manera autónoma, otros por cuenta
ajena, unos con más suerte pudiendo trabajar en aquello que nos gusta, otros
con menos fortuna haciendo aquello que no hay más remedio.
Cada actividad tiene su valor,
simplemente hay que saber encontrarlo, por ejemplo..¿seríamos capaces y
tendríamos el valor de convertirnos en estatuas urbanas (algunas de ellas
verdaderas obras de arte) y aguantar horas de inmovilidad, sonrisas sarcásticas
y comentarios burlescos?, ¿seríamos capaces de, sabiendo tocar un instrumento
hacerlo en plena vía publica para dar un respiro musical a los viandantes?,
¿nos atreveríamos a ofrecer pañuelos y ambientadores en un semáforo en rojo
ataviados con un llamativo disfraz que aunque fuera por unos breves segundos
arrancara una breve sonrisa al agresivo conductor?
Todo tiene su esfuerzo, sus
agallas, su creatividad, lo que pasa es que los que estamos encorsetados en una
sociedad cuadriculada y de rígidos valores, encasillamos en la marginalidad
todo aquello que rompe nuestros esquemas tradicionales aunque más de uno,
dentro, muy dentro de sí mismo cambiaria muchas cosas por ese toque bohemio,
mal considerado por las normas vigentes pero tan ansiado secretamente.
Recuerdo, para terminar, algo que
me ha inspirado a escribir este artículo, me remonto a unos días de navidad de
hace unos seis años en Granada, Plaza Bib Rambla, un muchacho joven,
malabarista, medio mago, gran comunicador, hizo que mi familia como otras
muchas nos paráramos a ver su espectáculo, por mi parte con cierto
excepticismo, pero su arte y buen hacer hizo que me quedara entusiasmado con su
actuación, y lo que más me gusto de ella fue al final, a la hora de “pasar el
sombrero”, cuando dejo bien claro que el no era ni un mendigo ni un indigente,
que era un artista, y que cada uno valorara económicamente su actuación
conforme a sus méritos, que nadie considerara su estipendio como una limosna sino
como el pago de una entrada a un espectáculo.
Eso hizo que cambiara mi punto de
vista hacia esos trabajadores de la calle y espero que a mas de uno de los
presentes también, y me gustaría que así fuera con alguno de mis lectores…
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