lunes, 9 de julio de 2012


CODICIA CALIXTINA
Siempre los libros han despertado pasión, he hablado mucho de ellos en mis artículos, por lo menos de mis propias sensaciones hacia ellos, he comentado innumerables veces que cualquier cosa que nos cuenten, se trata de algo que su escritor ha trabajado para que nos llegue un mensaje, una información, un sueño…, y que todos, absolutamente todos, los consideremos mejores o peores deben ser leídos con el máximo cariño y atención, puedan interesarnos más o menos.
Hay libros manuscritos, impresos, incunables, faxímiles, en edición de lujo, en rustica, de bolsillo, todos ellos merecen el máximo respeto, ya sea por el valor histórico, por el de su contenido, por los recuerdos que puedan traernos del momento en que  los leímos, pero todos ellos firman parte de nuestra historia, tanto de la colectiva como de la personal.
Y hoy, ¡cómo no!, toca hablar del “Códix Calistinus”, ese libro que custodiado por la Catedral de Santiago de Compostela, desapareció de su vitrina hace ya poco ms de un año y  que ha sido recuperado hace escasamente una semana.
En este artículo, me limitaré a hablar simplemente del tomo y de sus circunstancias, y dejaré aparte, y solo nombraré de pasada al electricista que lo tomó prestado, ya que a este personaje me lo reservo como parte del elenco de mi próximo libro junto a otros “malvados” que me fascina, como puedan ser el Capitán Schettino (el del Costa Concordia), el Solitario y otros héroes de esa villanía que tanto me fascina.
El susodicho Códice, reposaba tranquilamente en su vitrina expuesto a las miradas de los interesados y conocedores de su historia y significado que iban poco menos que a adorarlo, a pseudo-intelectuales que querían fotografiarse con él, o a profanos que pasaban por ahí por casualidad y les llamaba la atención lo colorido de sus letras mayúsculas a principio de capítulo (restando incluso protagonismo a la tradicional y casi obligatoria peregrinación destinada a la visita y abrazo al santo patrón de España, el que la cierra, según el guerrero grito de nuestras cruzadas tropas, y que nos bonifica con un jubileo que se traduce en perdonarnos unos cuantos siglos de purgatorio, para lavar nuestros pecadillos veniales antes de subir al paraíso).
Quizá, después de lo expuesto en el párrafo anterior debiera de rectificar lo de esa “tranquilidad”, ya que el pobre volumen no paraba de ser expuesto a las curiosas miradas y a los enfoques de cámaras y teleobjetivos, y así debió de pensar nuestro electricista, que contradiciendo su asignada tarea de ofrecer luz, decidió darle un reposo, y un tiempo de oscuridad, protegiéndolo de flashes, antorchas e iluminación directa y contínua en la majestuosa catedral, para darle un año sabático al abrigo de una humilde cochera de gente del pueblo.
Año casi exacto, que acabo con otra oleada mediática, otro repertorio de fotos, de filmaciones y de primeras páginas en los periódicos y lugar destacado en los telediarios.
Codicia Calixtina, así titulo este escrito, porque eso es lo que ha provocado la obra que nos ocupa, codicia por parte de quien se lo llevó que, sin duda más movido que por el despecho de la venganza hacia un despido laboral, fue por el dinero que le podía reportar la compra del mismo por un codicioso coleccionista de obras prohibidas.
Codicia también, política en este caso, la de D. Mariano, que ya que recién acabada la Eurocopa y con el pueblo dispuesto a pensar otra vez en la mala vida que nos está dando, necesitaba otro golpe de efecto para administrarnos ese opio del pueblo, sedante, alucinógeno y protector de sus malos momentos gástricos, para distraernos otra vez la mirada hacia otros temas que distraigan la atención de la opinión pública.
Importante, sin duda, para el presidente, ya que prefirió hacerse la foto con el deán de la catedral, libro en mano, que hacérsela junto a los damnificados por los incendios de Valencia y con los esforzados bomberos que lucharon dia y noche hasta conseguir dominar el fuego, junto a una cola de desempleados o junto a solicitantes de ayuda social en fila india esperando algún alimento que llevarse a la boca.
Claro que eso es posible que lo diga yo (que soy un mal pensado), y a lo mejor lo que ha hecho nuestro primer ministro, fiel a su política de austeridad pública es ir a recuperar el manuscrito personalmente, a pié para no gastar dinero en combustible para vehículos policiales (es posible que aconsejado por el alcalde de Albuñol, mi pueblo, que manda a la policía local a patrullar en autobús para no comprar gas-oil  para el Patrol y que como ejemplo de reducción de gastos en lugar de pagar su vado particular pone mesas-camilla viejas y cajas de fruta en la puerta de su cochera), y ya que lo ha encontrado, lo entrega personalmente marcándose un camino de Santiago andando, y así de paso hace piernas y se gana ese perdoncillo por sus pecados de favorecer al rico y pisotear al pobre, a pesar de que este año no sea Santo Compostelano.
A lo mejor con esta nueva política de austeridad, si a alguno de nosotros nos roban la cartera, el día menos pensado nos toca el timbre en persona para devolvérnosla, o si no merecemos tan alto honor (él se debe en primer lugar a la Conferencia Episcopal), nos la entrega su vicepresidenta o el mismísimo ministro del interior en un acto de rebajarse a llamar a la puerta del “enemigo”.