CODICIA CALIXTINA
Siempre los libros han despertado
pasión, he hablado mucho de ellos en mis artículos, por lo menos de mis propias
sensaciones hacia ellos, he comentado innumerables veces que cualquier cosa que
nos cuenten, se trata de algo que su escritor ha trabajado para que nos llegue
un mensaje, una información, un sueño…, y que todos, absolutamente todos, los consideremos
mejores o peores deben ser leídos con el máximo cariño y atención, puedan
interesarnos más o menos.
Hay libros manuscritos, impresos,
incunables, faxímiles, en edición de lujo, en rustica, de bolsillo, todos ellos
merecen el máximo respeto, ya sea por el valor histórico, por el de su
contenido, por los recuerdos que puedan traernos del momento en que los leímos, pero todos ellos firman parte de
nuestra historia, tanto de la colectiva como de la personal.
Y hoy, ¡cómo no!, toca hablar del
“Códix Calistinus”, ese libro que custodiado por la Catedral de Santiago de
Compostela, desapareció de su vitrina hace ya poco ms de un año y que ha sido recuperado hace escasamente una
semana.
En este artículo, me limitaré a
hablar simplemente del tomo y de sus circunstancias, y dejaré aparte, y solo
nombraré de pasada al electricista que lo tomó prestado, ya que a este
personaje me lo reservo como parte del elenco de mi próximo libro junto a otros
“malvados” que me fascina, como puedan ser el Capitán Schettino (el del Costa
Concordia), el Solitario y otros héroes de esa villanía que tanto me fascina.
El susodicho Códice, reposaba
tranquilamente en su vitrina expuesto a las miradas de los interesados y
conocedores de su historia y significado que iban poco menos que a adorarlo, a
pseudo-intelectuales que querían fotografiarse con él, o a profanos que pasaban
por ahí por casualidad y les llamaba la atención lo colorido de sus letras
mayúsculas a principio de capítulo (restando incluso protagonismo a la
tradicional y casi obligatoria peregrinación destinada a la visita y abrazo al
santo patrón de España, el que la cierra, según el guerrero grito de nuestras
cruzadas tropas, y que nos bonifica con un jubileo que se traduce en
perdonarnos unos cuantos siglos de purgatorio, para lavar nuestros pecadillos
veniales antes de subir al paraíso).
Quizá, después de lo expuesto en
el párrafo anterior debiera de rectificar lo de esa “tranquilidad”, ya que el
pobre volumen no paraba de ser expuesto a las curiosas miradas y a los enfoques
de cámaras y teleobjetivos, y así debió de pensar nuestro electricista, que
contradiciendo su asignada tarea de ofrecer luz, decidió darle un reposo, y un
tiempo de oscuridad, protegiéndolo de flashes, antorchas e iluminación directa y
contínua en la majestuosa catedral, para darle un año sabático al abrigo de una
humilde cochera de gente del pueblo.
Año casi exacto, que acabo con
otra oleada mediática, otro repertorio de fotos, de filmaciones y de primeras
páginas en los periódicos y lugar destacado en los telediarios.
Codicia Calixtina, así titulo
este escrito, porque eso es lo que ha provocado la obra que nos ocupa, codicia
por parte de quien se lo llevó que, sin duda más movido que por el despecho de
la venganza hacia un despido laboral, fue por el dinero que le podía reportar
la compra del mismo por un codicioso coleccionista de obras prohibidas.
Codicia también, política en este
caso, la de D. Mariano, que ya que recién acabada la Eurocopa y con el pueblo
dispuesto a pensar otra vez en la mala vida que nos está dando, necesitaba otro
golpe de efecto para administrarnos ese opio del pueblo, sedante, alucinógeno y
protector de sus malos momentos gástricos, para distraernos otra vez la mirada
hacia otros temas que distraigan la atención de la opinión pública.
Importante, sin duda, para el
presidente, ya que prefirió hacerse la foto con el deán de la catedral, libro
en mano, que hacérsela junto a los damnificados por los incendios de Valencia y
con los esforzados bomberos que lucharon dia y noche hasta conseguir dominar el
fuego, junto a una cola de desempleados o junto a solicitantes de ayuda social
en fila india esperando algún alimento que llevarse a la boca.
Claro que eso es posible que lo
diga yo (que soy un mal pensado), y a lo mejor lo que ha hecho nuestro primer
ministro, fiel a su política de austeridad pública es ir a recuperar el
manuscrito personalmente, a pié para no gastar dinero en combustible para
vehículos policiales (es posible que aconsejado por el alcalde de Albuñol, mi
pueblo, que manda a la policía local a patrullar en autobús para no comprar
gas-oil para el Patrol y que como
ejemplo de reducción de gastos en lugar de pagar su vado particular pone
mesas-camilla viejas y cajas de fruta en la puerta de su cochera), y ya que lo
ha encontrado, lo entrega personalmente marcándose un camino de Santiago
andando, y así de paso hace piernas y se gana ese perdoncillo por sus pecados
de favorecer al rico y pisotear al pobre, a pesar de que este año no sea Santo
Compostelano.
A lo mejor con esta nueva
política de austeridad, si a alguno de nosotros nos roban la cartera, el día
menos pensado nos toca el timbre en persona para devolvérnosla, o si no
merecemos tan alto honor (él se debe en primer lugar a la Conferencia
Episcopal), nos la entrega su vicepresidenta o el mismísimo ministro del
interior en un acto de rebajarse a llamar a la puerta del “enemigo”.