domingo, 28 de marzo de 2010

FABULA EQUINA

En esta fábula vamos a tratar de tres categorías equinas que, sin duda, todos conoceis sobradamente pero creo que no esta de mas matizarlas:
El Burro, animal que si bien es peyorativamante considerado (quizá por su relativa desproporción morfológica dadas sus grandes orejas, su gran cabeza y su pequeño cuerpo, aunque si lo miramos con cariño y pureza mental como si la de los niños se tratase, incluso puede resultar atractivo) tiene pureza de sangre, inteligencia, nobleza y capacidad de trabajo, además, su famosa terquedad podría llegar a deberse a que de alguna manera preferiría razonar algo que no acaba de comprender antes que hacerlo sin conocer sus consecuencias.
El Mulo, cruce entre caballo y burra o entre asno y yegua (los castellanos castizos lo definen como "el que nace entre garañón y yegua"). Especie híbrida donde las haya y en la mayoría de los casos estéril, con alto porcentaje en lo reproductivo y ciento por ciento en lo intelectual. Eso sí, no se puede negar su descomunal fuerza y, de ahí viene la expresión de "mulo de carga" referida a quien realiza los trabajos mas pesados sin oponerse ni intentar razonar el por qué, simplemente se trata de hacerlo y ¡punto!.
El Caballo que, con mayor o menor clasificación de raza, es animal autosuficiente, inteligente donde los haya, fiel, trabajador, constante y con un claro concepto de hasta donde puede y quiere llegar. Capaz de arriesgar su integridad física ante cualquier obstáculo que considere razonable, y a la vez indómito y vengador si se siente traicionado.
Dicho esto, vamos a dejarnos de presentaciones para pasar a lo que queremos contar.
Erase una vez un Burro que vivía en un pueblo de nuestra provincia, para ser mas exacto, que ademas de cumplir con su trabajo paseaba y se movía a su libre albedrío, hecho que los mulos observaban viendo que por un lado pastaba en campo abierto y por otro acudía a sus lúgubres cuadras o aposentos (como prefiramos llamar a sus habitáculos), lo que les inducía a reirse entre ellos de tal conducta ya que se sentían superiores, sobre todo cuando con mayor o menor agrado recibían la visita de tan extraño animal.
Los habitantes del muladar se sentían magnánimos y misericordiosos al contar con tan ornamental y folclórico servidor (así tenían a bien calificarlo), consideraban que animaba sus veladas, les facilitaba determinados comentarios y al asomarse al abrevadero llegaban a encontrarse mas atractivos ya que al fin y al cabo creian parecerse mas a los caballos que el bicho raro ése, y, si les apuraban incluso eran mas machos, porque a cojones no les ganaba nadie.
Eso si, lo que les molestaba, y mucho, era que los caballos se sentían mas cercanos al asno que a ellos, incluso lo preferían, y a los entrecruzados los miraban con compasión en algunos casos y, casi siempre con desprecio.
¿Y eso por qué?, si al fin y al cabo ellos (las acémilas) eran la verdadera raza superior (aria, pensaban pero no lo decían para que no se les viera demasiado el plumero) tenían cosas de las dos partes, eran obedientes, no mordían la mano que se rebajaba a darles de comer y estaban en el centro, es decir, eran los no conflictivos, los que no calentaban la cabeza a nadie y los que estaban en paz consigo mismos ya que acataban a ojos ciegos, o, por decirlo de otra manera , con verdadera fe los mandatos del mayoral.
(Claro está que con tanto desviar su mirada del cielo a su ombligo y de su ombligo al cielo, no eran capaces de darse cuenta que a su alrededor las otras dos especies de raza autentica se comprendian, completaban y respetaban, y de paso les miraban de reojo con sonrisas burlonas y alguna que otra carcajada).
Vínose una vez, a finales de invierno a ese pueblo de nuestra provincia, el gañán que custodiaba el ganado y que a la vez que le proporcionaba el pienso era el que con sus "sabios" varazos enseñaba la rectitud y buen proceder de los animales de su recua ya que ellos no podían actuar por su propia iniciativa y voluntad e intentó con la fiel ayuda de sus pastores reunir a toda remonta que fuera posible.
Por supuesto, acudieron todos los mulos enjaezados con sus mas coloridos y vistosos arreos, a los que obsequió con flamantes zanahorias colgadas de un palo mediante una bonita cuerda para que cuando se marchara no perdieran el norte.
Acudieron tambien nuestro amigo el burro y algún que otro caballo, eso si, por curiosidad, por entretenerse o por si se le ocurría asomar el látigo cocearlo debidamente.
Pero no lo enseñó, dejó entrever que lo tenía pero dada su inmensa bondad e infalibilidad no lo iba a mostrar en público sino que al contrario, compartió, vestido de corto, arrieros cánticos, acarició sumisas crines y prometió si no cebada por lo menos forraje que es lo acorde a las fechas de crisis y cuaresma cuando lo que predomina es la flagelacion y la penitencia.
Acabada la función, dejó las bostas del ganado para que las limpiaran sus peones y, cuando estaba a punto de montar en su landó de faroles para abandonar su cortijo, nuestro amigo el burro, demostrando que su nobleza no es supuesta sino probada, emitió desde lo mas profundo de su corazón su mas sincero y legítimo rebuzno, al que siguieron los mulos con desacordes atentados decibélicos (ya que no disponen de voz ni sonido propio onomatopeyicamente descriptible) para despedir a tan ilustre visitante vaya que no marchara contento.
Por otro lado, los caballos agitaban sus patas de finos tobillos en su dehesa libre encendida su pura sangre y ofendida su inteligencia por la patraña presenciada y relinchaban reclamando la presencia de su amigo el burro para que volviera con ellos, que es donde estaba su sitio, y dejara que los transgenicos fueran a lo suyo y no le diera mas vueltas al asunto, que los dejara que siguieran en lo suyo que no tiene remedio, porque de todos es bien sabido que no es posible razonar con nadie que actua partiendo de la ignorancia.