sábado, 28 de noviembre de 2009

LA VERGÜENZA DEL CAMPO

Tristeza, indignación y vergüenza me han hecho sentir las noticias e imágenes que han salido esta semana en los medios de comunicación en las que han aparecido textos, comentarios y fotografías sobre toneladas y toneladas de pepinos vertidos en la playa y en los descampados.
Lo primero que ha pasado por mi cabeza es la cantidad de dinero que estaba allí esparcida y cuanto esfuerzo, sacrificio , cuidados y desvelos quedaban tirados por el suelo.
Lo que tambien estaba allí tirado era también la dignidad y reconocimiento que merecen esos hombres y mujeres que han apostado fuerte por la agricultura como su medio de vida y así se ven recompensados.
Para todo profesional es un orgullo y una alegría ver como florece y se reconoce su trabajo y ¡como no!, romanticismos aparte, le satisface ver que le produce ingresos para vivir, por lo que me imagino la frustración que genera al agricultor tener que llegar a estos extremos.
Yo no soy hombre de campo, me he criado en una gran ciudad y nunca había sido consciente del camino que tenían que recorrer las hortalizas hasta llegar a mis perolas o a mi mesa, incluso como procesador o consumidor final era de los que consideraba que sus precios eran excesivamente elevados.
Pero desde hace ya muchos años, y con motivo de fijar mi residencia en el que ya es mi pueblo, tengo amigos, familiares vecinos y conocidos que son agricultores, y he podido constatar la triste realidad de su día a día, y me uno a ellos en sus justas reivindicaciones porque quien tiene que vivir de una cosecha no conoce ni entiende de fines de semana, de vacaciones, de horarios y, contra lo que muchos puedan creer, de los lujos y la vida acomodada de los que gozan los que sin mancharse las manos ni arriesgar un solo céntimo se llevan el gato al agua.
El agricultor arriesga su dinero y su patrimonio, hipoteca sus bienes su vida familiar y sus jornadas de descanso para poder ganarse honradamente la vida y, ¿a cambio de qué?, pues a cambio de que vengan unos señores le fijen un precio de compra por pantalones sin importarles si les sale a cuenta o no, y luego estos intermediarios vender la mercancía al mejor postor para enriquecer sus arcas.
Con esta actitud por parte de los comerciales, lo único que se está consiguiendo es matar a la gallina de los huevos de oro y convertir lo que en su día fue pan para hoy en hambre para mañana, (y, ¡ojo!, que este mañana ya es el presente).
Claro que en su momento y gracias a la especulación, los mercaderes han sacado ya buenas tajadas y les importa un carajo lo que pueda pasar con miles de familias que solamente entienden y tienen al campo para subsistir, porque ellos tienen su dinero a buen recaudo debajo del colchón en espera de nuevos mercados que saquear y explotar.
Apoyemos pues todos a la gente del campo, repudiemos a los usureros que les sangran y, ¡por Dios! no seamos tan insolidarios y agoniosos como para ir a cargar la "fregoneta" para luego vender en las tiendas o los mercadillos la mercancia que los sufridos labradores tienen que tirar para conseguir un mínimo de dignidad.

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